CARTULARIOS DE VALPUESTA: CUANDO EL LATÍN SE HIZO
ESPAÑOL
Clonados por primera vez los códices del siglo IX que
contienen los vestigios más antiguos del idioma
Bajo una helada del demonio y la mirada escrutadora del arcediano, el pobre
monje, temeroso de Dios y de que le tiemble el pulso, copia lentamente en su scriptorium
la relación de bienes que generosos donantes han regalado al monasterio. Traza
con una pluma de ave mojada en hollín desleído en agua:
“Kaballos”. Donde tenía que poner, o donde hasta entonces ponía,
“Caballum”.
Luego escribe: “Molino”. No “Mulinum”. Y “Calçada”, y no “Calciata”.
“Pozal”, en lugar de “puteale”. “Iermanis” en vez de “frater”.
En su escritorio y en el de otros monjes, el latín vulgar deja de serlo
para convertirse en lengua romance y, más allá de eso, en chispazo de lo que
mil años más tarde llamaremos “el español”. Un latín torpe y corrompido por el
habla que empieza a desplegarse en los campos y en los mercados, en las
iglesias y en los burdeles, abre paso a un idioma nuevo.
Son numerosos los ejemplos de palabras que, como recogen los Cartularios de
Valpuesta, pasaron del latín vulgar a la lengua romance origen del español
entre los siglos IX y XII. Estas son algunas:
Cuenca, en lugar de conca.
Fuero, en lugar de forum.
Fresno, en lugar de fraxinum.
Concejo, por concilium.
Piele, por pellem.
Madera, en vez de matera.
Algunos ejemplos concretos de contexto de este tipo de trasvases
idiomáticos:
Año 939: una mujer de Alcedo (Álava) de nombre Guntroda dona al monasterio
de Valpuesta una viña y en cambio le viene dado un potro castano et una
piele (un potro castaño y una piel). Potro deriva del latín pultrus.
Año 944: aparece kasa en vez de domus; capo (cabezal)
en vez de caput; matera (madera) en vez de lignum; eglesia
en vez de ecclesia; carne en vez de caro; serna en
vez de senera; ganato en vez de pecus.
Año 950: Manzanos en vez de pomíferos o pomares; perare
(peral) en vez de pirus; y surgen voces como cassios (quesos) o iermanos
(hermanos).
Pongamos que hace de esto 1.200 años. Estamos en el arcedianato de Santa María de
Valpuesta, en lo que hoy es el nordeste de la provincia de Burgos, a
20 kilómetros de Miranda de Ebro y 45 de Vitoria. Allí, en un lugar que hace
más de un milenio fue cabeza de diócesis y hoy alberga una aldea minúscula en
el valle burgalés-alavés de Valdegovía,
los curas escribas lo anotan todo en unas finas vitelas (piel de ternera o
cordero nonato): son las cosas relacionadas con la agricultura, la ganadería,
los ropajes, los alimentos, las relaciones sociales, los accidentes
geográficos… Son los llamados Cartularios de Valpuesta,
también conocidos como Becerros de Valpuesta: según algunos de los
mayores expertos en la historia del idioma, las primeras dataciones de voces y
grafías en español, anteriores incluso a las Glosas Emilianenses y Silenses.
El Becerro Gótico (o Antiguo) consta de 187 documentos escritos en
diferentes momentos por más de una treintena de escribanos entre 804 y 1140. El
Becerro Galicano contiene 138 cartas del libro antiguo y tres que no
constan en aquel. Todas ellas fueron copiadas —digamos que pasadas a limpio—
por el canónigo de Valpuesta Rodrigo Pérez de Valdivielso, en 1236. Es el
auténtico disco duro de los primeros balbuceos del español: la copia de
seguridad que los monjes de Valpuesta guardaban y actualizaban día tras día
sobre todas sus posesiones y privilegios.
Ahora, y por vez primera, estos documentos imprescindibles sobre la
evolución del idioma, fijados entre los siglos IX y XII y cuyos originales
dormitan en la sección de Clero Regular del Archivo Histórico Nacional, resucitan en forma de clon: la
versión facsímil que la editorial
burgalesa Siloé está a punto de publicar, con una tirada de tan solo
898 ejemplares y una fidelidad al original que hace difícil distinguir cuál es
cuál. “El mayor reto es transmitir al público la edad del pergamino y de la
vitela, transmitir esa vejez, que es una vejez dispar, además: documentos del
siglo IX mezclados con otros del siglo XI o XII, copiados por diferentes
escribanos o monjes. Y como dificultad técnica, imitar unos registros de
lengüeta que no habíamos visto en otros libros ni en otros códices, y que son
una especie de marcapáginas muy complicados de reproducir”, explica Juan José
García, cofundador y editor de Siloé junto a su socio Pablo Molinero. Esta
edición de los Cartularios de Valpuesta, que verá la luz en febrero y cuyo
coste rondará los 4.000 euros, les servirá como fiesta de celebración: la de los
20 años recién cumplidos.
El sacerdote franciscano Saturnino Ruiz
de Loizaga (Tuesta, Álava, 1939) pasa por ser el mayor especialista
vivo en el tema. Este experto en temas medievales, teólogo, paleógrafo y
archivero del Vaticano vive hoy en Roma. Desde allí explica: “Muchos de estos
vocablos constituyen las primeras indicaciones o menciones del idioma
castellano. Sin lugar a dudas, las primeras voces escritas en lengua romance se
encuentran en el Becerro de Valpuesta”. Ruiz de Loizaga explica así la
génesis de los cartularios: “Los escribanos de Valpuesta pretendían redactar
todos los documentos en latín; pero, por una parte, carecían del conocimiento
profundo de este idioma e incurrían en errores imputables a la lengua que hablaban;
y, por otra, se veían forzados a utilizar esta última cuando tenían que
consignar términos no latinos o cuyo equivalente latino desconocían”.
Sin ánimo de controversia, el teólogo y paleógrafo alavés no duda en
confrontar los papeles de Valpuesta con las Glosas Emilianenses, reivindicadas
tradicionalmente como origen del español: “Ramón Menéndez
Pidal pensaba que las Glorsas habían sido escritas en la segunda
mitad del siglo X; pero esa datación no se puede sostener hoy. Las Glosas
Emilianenses son probablemente de la segunda mitad del siglo XI, mientras que
varias actas del cartulario de Valpuesta se redactaron en el siglo X y puede
que alguna en el siglo IX”.
La Real Academia Española (RAE)
tomó cartas en el asunto hace seis años. En noviembre de 2010 editó en dos
volúmenes los Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, en colaboración
con el Instituto Castellano y Leonés
de la Lengua. Los autores del trabajo sostienen en él que los
documentos del monasterio burgalés incluyen “términos que son los primeros
vestigios del castellano y los más antiguos encontrados hasta ahora”. Desde el
otro lado del teléfono, el entonces vicedirector de la RAE José Antonio Pascual, que lleva actualmente las riendas del Instituto de Historia de la Lengua de
La Rioja, explica así la relevancia de los Cartularios: “Hasta el
siglo XIII prácticamente no se escribe en lengua romance, así que estos
documentos, que son de los siglos IX, X, XI y XII, son importantísimos, ya que
en esos siglos van surgiendo muchas palabras y grafías, muchos gestos de
escritura que van detectando cómo es el romance de esos momentos”.
El académico salmantino dice que espera con impaciencia la primera edición facsímil
de los Cartularios: “Una edición facsímil, un clon, es de un valor
extraordinario para los filólogos, los historiadores y los paleógrafos, porque
podemos comprobar si algunas lecturas de aquellos documentos pueden cambiarse o
no”. ¿Y las controversias político-culturales entre el Gobierno de La Rioja y la
Junta de Castilla y León sobre si son las Glosas o los Cartularios
los documentos que han de ser citados como chispazos primigenios del idioma?:
“Explotar estas cosas es un disparate, atiende sobre todo a razones políticas y
turísticas y da mucho juego pero evidentemente los filólogos no podemos
pararnos a pensar en eso. Hay personas que siempre quieren salir en la foto
diciendo ‘aquí nació el español’. Pues muy bien, pero los filólogos pasamos de
eso”.
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