martes, 10 de febrero de 2015

El olor de los libros

¿Por qué los libros recién comprados huelen a nuevo y las bibliotecas a viejo?

A todos nos daba un poco de repelús cuando a Grenouille, el protagonista de El Perfume, se le iba la vida olfateando la fragancia de mujeres ajenas a su condición de genio de los aromas. Dejando aparte que a más de una fémina también se le fue la vida (o más bien se la quitó el maestro perfumero, literalmente), nuestros gustos olorosos no son menos extraños que los del francés.
Pintura fresca, pegamento, asfalto, humo... No sabemos qué le pasa a la nariz con los químicos, que nos producen una especie de placer tan culpable como adictivo. ¿Y qué hay de los libros recién comprados? ¿Se trata del olor fetiche de lectores empedernidos o su aroma gusta a todo hijo de vecino? Quizá haya quien prefiera, sin embargo, el perfume de los documentos vetustos, porque no es lo mismo meter las narices en la novela que acabas de comprar que en la que tomas prestada de una biblioteca, por mucho que lleven el mismo título. ¿Qué les ocurre a los volúmenes para que pierdan su fragancia original?
Comencemos por un recién comprado ejemplar. Aunque está claro que su olor es producido por distintos químicos, no resulta igual de fácil esclarecer de cuáles se trata exactamente. No hay científicos que se dediquen a investigarlo (como es lógico), y además las sustancias varían de fabricante en fabricante. Dos libros, como dos personas, nunca huelen igual.
Se sabe, no obstante, que la fragancia a páginas nuevas que nos embriaga procede de tres fuentes principales: el papel y los compuestos utilizados en su fabricación, la tinta de impresión y los adhesivos usados para unir las hojas y la pasta. Bendito pegamento.
El papel suele proceder de la pulpa de madera, aunque también puede elaborarse a partir de algodón y otras fibras. En las distintas etapas de fabricación se añaden diferentes químicos: sosa caústica (hidróxido de sodio) para incrementar el pH y tratar las fibras; peróxido de hidrógeno y otros compuestos para blanquearlas; y varios aditivos para modificar las características del papel, como los dímeros de alquil ceteno, que mejoran la resistencia al agua de las páginas. Algunos de estas sustancias contribuyen, como las contenidas en adhesivos y tintas, a la aparición de compuestos orgánicos volátiles, los verdaderos responsables del olor a nuevo.
Ahora, vayamos a una biblioteca plagada de libros decrépitos. En este caso, sí que hay investigaciones que estudian por qué huelen como huelen, aunque no sea esta precisamente su finalidad. Lo que en realidad buscan los expertos es conocer el estado de conservación de sus páginas y cómo mejorarlo, midiendo la cantidad de diferentes compuestos que contienen las hojas.
Resumiendo, el olor a viejo que desprenden es consecuencia de la degradación de sus componentes, principalmente celulosa y lignina, procedentes de la madera. El segundo de ellos, la lignina, es también responsable del típico color amarillento del papel gastado, consecuencia de su oxidación (cuando se oxida, desprende ácidos que rompen la celulosa).
Aunque en las publicaciones modernas se elimina la mayoría de la lignina, la celulosa sigue sufriendo la agresión de otros ácidos presentes en el entorno, aunque a menor velocidad. Estas reacciones, conocidas con el bonito nombre de hidrólisis ácidas, dan lugar a compuestos orgánicos volátiles que de nuevo contribuyen al olor a libro viejuno.
Además, se sabe muy bien de qué parte son responsables algunos de ellos: el benzaldehído le da un toque de almendra, la vanilina un ligero aroma a vainilla (no podía ser de otra forma con ese nombre), el etilbenceno y el tolueno aportan el dulzor y el 2-etilhexanol contribuye con su perfume floral. Lo mezclas todo bien y obtienes una eau de bibliothèque perfecta para cualquier evento editorial.
Otros compuestos, como el furfural, pueden utilizarse para determinar la edad, estado de degradación y composición de los libros verdaderamente antiguos. Los publicados después de mediados del siglo XIX emiten más cantidad de este químico, y la emisión aumenta cuanto más reciente sea el ejemplar.
El olor de los libros, como el de las personas, cambia con el tiempo
De nuevo como las personas, el olor natural de los libros cambia con el tiempo. No huele igual un bebé que un señor de 80 años, en parte debido a los potingues que cada uno lleva encima; y, por otro lado, a que el cuerpo no segrega exactamente las mismas sustancias.
Si te has comprado un e-book y echas de menos ese olor a página de papel, ya seas adicto al olor a viejo o a nuevo, siempre puedes rociarle con este spray o ponerte el perfume tú mismo. Ahí ya cada uno...


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