¿Por qué los libros
recién comprados huelen a nuevo y las bibliotecas a viejo?
A todos nos daba un
poco de repelús cuando a Grenouille, el
protagonista de El Perfume, se le iba
la vida olfateando la fragancia de mujeres ajenas a su condición de genio de
los aromas. Dejando aparte que a más de una fémina también se le fue la vida (o
más bien se la quitó el maestro perfumero, literalmente), nuestros gustos
olorosos no son menos extraños que los del francés.
Pintura fresca,
pegamento, asfalto, humo... No
sabemos qué le pasa a la nariz con los químicos, que nos producen una especie
de placer tan culpable como adictivo. ¿Y qué hay de los libros recién
comprados? ¿Se trata del olor fetiche de lectores empedernidos o su
aroma gusta a todo hijo de vecino? Quizá haya quien prefiera, sin embargo, el
perfume de los documentos vetustos, porque no es lo mismo meter las narices en
la novela que acabas de comprar que en la que tomas prestada de una biblioteca,
por mucho que lleven el mismo título. ¿Qué les ocurre a los volúmenes para que
pierdan su fragancia original?
Comencemos por un
recién comprado ejemplar. Aunque está claro que su olor es producido por
distintos químicos, no resulta igual de fácil esclarecer de cuáles se trata
exactamente. No hay científicos que se dediquen a investigarlo (como es
lógico), y además las sustancias varían de fabricante en fabricante. Dos
libros, como dos personas, nunca huelen igual.
Se sabe, no obstante,
que la fragancia a páginas nuevas que nos embriaga procede de tres fuentes
principales: el papel y los compuestos utilizados en su
fabricación, la tinta de impresión y los adhesivos usados
para unir las hojas y la pasta. Bendito pegamento.
El papel suele proceder
de la pulpa de madera, aunque también puede elaborarse a partir de algodón y
otras fibras. En las distintas etapas de fabricación se añaden diferentes
químicos: sosa caústica (hidróxido de sodio) para incrementar el pH y tratar
las fibras; peróxido de hidrógeno y otros compuestos para blanquearlas; y
varios aditivos para modificar las características del papel, como los dímeros
de alquil ceteno, que mejoran la resistencia al agua de las páginas. Algunos de
estas sustancias contribuyen, como las contenidas en adhesivos y tintas, a la
aparición de compuestos orgánicos volátiles, los verdaderos
responsables del olor a nuevo.
Ahora, vayamos a una
biblioteca plagada de libros decrépitos. En este caso, sí que hay
investigaciones que estudian por qué huelen como huelen, aunque no sea esta
precisamente su finalidad. Lo que en realidad buscan los expertos es conocer el
estado de conservación de sus páginas y cómo mejorarlo, midiendo la cantidad de
diferentes compuestos que contienen las hojas.
Resumiendo, el olor a
viejo que desprenden es consecuencia de la degradación de sus
componentes, principalmente celulosa y lignina, procedentes de la
madera. El segundo de ellos, la lignina, es también responsable del típico
color amarillento del papel gastado, consecuencia de su oxidación (cuando se
oxida, desprende ácidos que rompen la celulosa).
Aunque en las
publicaciones modernas se elimina la mayoría de la lignina, la
celulosa sigue sufriendo la agresión de otros ácidos presentes en el entorno,
aunque a menor velocidad. Estas reacciones, conocidas con el bonito nombre de
hidrólisis ácidas, dan lugar a compuestos orgánicos volátiles que de nuevo
contribuyen al olor a libro viejuno.
Además, se sabe muy
bien de qué parte son responsables algunos de ellos: el benzaldehído le
da un toque de almendra, la vanilina un
ligero aroma a vainilla (no podía ser de otra forma con ese
nombre), el etilbenceno y el tolueno aportan
el dulzor y el 2-etilhexanol contribuye con su perfume floral. Lo mezclas todo
bien y obtienes una eau de bibliothèque perfecta para cualquier evento
editorial.
Otros compuestos, como
el furfural, pueden utilizarse para determinar la edad, estado
de degradación y composición de los libros verdaderamente antiguos. Los
publicados después de mediados del siglo XIX emiten más cantidad de este
químico, y la emisión aumenta cuanto más reciente sea el ejemplar.
El olor de los libros,
como el de las personas, cambia con el tiempo
De nuevo como las
personas, el olor natural de los libros cambia con el tiempo. No huele
igual un bebé que un señor de 80 años, en parte debido a los potingues
que cada uno lleva encima; y, por otro lado, a que el cuerpo no segrega
exactamente las mismas sustancias.
Si te has comprado un
e-book y echas de menos ese olor a página de papel, ya seas adicto al olor
a viejo o a nuevo, siempre puedes rociarle con este
spray o ponerte el perfume tú mismo. Ahí ya cada uno...
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